Miquel Molina, avui, a LA VANGUARDIA
No es una mala noticia para la familia y los allegados del corredor: según un estudio de la Escuela de Medicina de Harvard, los paros cardiacos registrados durante los últimos diez años se habrían evitado con un chequeo previo a la carrera.
Mensaje: se puede correr un maratón, o un medio maratón, con garantías relativas de superviviencia.
En todo caso, insistimos, es una noticia tranquilizadora para el entorno del corredor. A éste, la verdad, le dará igual saber si su afición es más o menos peligrosa. El maratoniano ya asume que esta prueba comporta riesgos; es consciente de que somete su cuerpo a una tensión puntualmente sobrehumana. Siempre hay algo que falla cuando el organismo supera los 30 kilómetros de marcha y se le pide un esfuerzo adicional. Por suerte, y como confirma el estudio, las crisis cardiovasculares son poco relevantes a nivel estadístico, pero el estrés que padecen las articulaciones, la musculatura, la piel en contacto con prendas (que pueden llegar a rozar más de 40.000 veces la misma parte del cuerpo) forman parte del encanto inconfesable de los 42,195 kilómetros.
Porque el maratón se ha convertido en una de las únicas aventuras posibles en un mundo sin aventuras. En una era en la que basta un solo clic para viajar desde casa hasta el último milímetro cuadrado del planeta; cuando llegar al Everest, el Polo Norte, las selvas de Borneo o –pronto– los cráteres de Marte es cuestión de dinero, la aventura deviene, necesariamente, viaje interior. Un viaje, en el caso de las carreras de larga distancia, hasta los límites físicos de nuestra experiencia vital, pero también hasta los confines de la constancia (hay que entrenar regularmente varios meses para completar una maratón con dignidad) y el sacrificio.
Por fortuna, la familia maratonista ha alcanzado una experiencia que evita daños mayores: son ya historia aquellas primeras maratones barcelonesas de los años ochenta, con las aceras sembradas de corredores fundidos, cuando no era inusual tener que correr esquivando vómitos.
Pero al maratoniano nunca le asustará el riesgo. Seguirá imponiéndose unos insensatos tiempos de paso para acabar estrellándose contra el muro psicológico de los 30 kilómetros. El reto vale la pena: quien ha corrido maratones sabe que no hay una sensación más dulce que la de superar ese terrorífico muro sin hundirse, saboreando la certeza de que podrá llegar hasta la meta sin tener que aminorar el ritmo.
Eso sí, a la vista de las conclusiones de este estudio, ya no hay excusa para saltarse los chequeos cardíacos. Aunque sea por la familia.
Molt interessant. M'agrada aquest concepte de viatge interior...
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